Siguiendo las ideas básicas anteriores, resulta que el único texto histórico disponible serviría como soporte para la Embajada del Moro vespertina; y de la certeza del encarcelamiento del ra´is deduje la hipótesis adecuada de que el hecho fuese fruto de una escaramuza, posterior y consecuencia de la Embajada del Cristiano matutina. Entre la gama de motivaciones posibles para constituir el núcleo esencial o temático de esta primera Embajada, elegí la que me pareció más noble y digna: la pretensión castellana de que el ra´is renovase el juramento de fidelidad al Rey Alfonso ante la vecindad y poderío del Rey Jaime, a lo que los moros se niegan por inconsecuente e innecesario. Con ello se caldean los ánimos de los embajadores y aumenta la tensión del diálogo hasta desembocar en la intransigencia y rotura de hostilidades. La batalla subsiguiente finaliza con el apresamiento del ra´is por parte de los castellanos y con una breve arenga del embajador moro a sus correligionarios para evitar que persigan a los cristianos, ante el peligro de una emboscada en las montañas y para inducirles a regresar a Crevillent a rehacer la mesnada.
Por el contrario, la Embajada del Moro es radicalmente distinta porque no se trata de preparar una segunda batalla sino de desarrollar las premisas fundamentales de una negociación para firmar un pacto. De ahí se deriva un lenguaje frío y diplomático, una dialéctica sutil y precavida, un cálculo de probabilidades y conveniencias, un forcejeo de ofertas y demandas. Concluida la Embajada con la aceptación por ambas partes de las condiciones estipuladas en el campamento catalanano-aragonés ante los muros de Orihuela, la acción inmediata y lógica sería la representación escénica en Crevillent de la toma de posesión del castillo por un lugarteniente del Rey D. Jaime y la vuelta verosímil del ra´is liberado.
Sin embargo, entre ambos momentos o acciones (que en la historia real debieron estar separados por algunos días), se intercala una segunda batalla con el fin exclusivo de ocupar y desfogar a la masa de festeros, que deben tener un protagonismo activo tanto por la mañana como por la tarde. Como es inconcebible una lucha entre moros y cristianos tras una Embajada pacífica y concordante, la motivación para la batalla tenía que venir de los terceros en discordia: los castellanos hostigan a los moros durante su regreso a Crevillente y la lucha termina con la llegada de los catalanano-aragoneses. Y una vez concluida la batalla, se dirigen todos a Crevillente para la toma de posesión del castillo tremolando el perdón del rey Conquistador.
Aunque esta segunda batalla tiene una misión eminentemente práctica y festera, su justificación teórica es de orden secundario y a simple vista pudiera parecer un enquistamiento innecesario y hasta incongruente con el desarrollo general de la acción. Pero, analizando la historia de Crevillente en 1265 y del Reino de Murcia en el siglo XIII, se observa la evidencia de tres fuerzas presentes, vitales y concurrentes que actúan en la escena político-militar de la época en diversos momentos, circunstancias y medidas, protagonizando realidades indudables: Castilla, Aragón y los sarracenos de los reinos taifas de Al-Andalus.
Tales son las directrices que estructuran las Embajadas y las acciones bélicas complementarias, que permiten vertebrar la actividad festera llenado suficiente y adecuadamente un día completo de los Moros y Cristianos. El que ello se consigna en la realidad práctica dependerá del empaque y boato que los crevillentinos deseen conferir a las Embajadas, de la duración y volumen que quieran dar a las batallas de arcabucería, y del cuidado y esmero que presten a los mil y un detalles factibles de desarrollar y perfeccionar. Materia y posibilidades las tienen de sobra, y sólo falta un poco de ingenio artístico y un mucho de voluntad organizativa.