Buscando el equilibrio, cada Embajada consta de 250 versos en total, y para dotarles de cierto sabor arcaico, en paralelismo a la época que representa la acción, utilizó el tetrástrofo monorrimo alejandrino, estrofa y métrica del clasicismo medieval utilizadas por el mester de juglaría (poemas de Mío Cid, de Alfonso XI, etc.) y el mester de clerecía (Berceo, Hita…). El verso de 14 sílabas se transforma automáticamente en dos heptasílabos merced a la cesura, adquiriendo la agilidad del romance que no aparenta. Para soslayar la rigidez de la consonancia, y salvo algún caso aislado, opté por la rima asonantada que confiere el lenguaje mayor variedad, espontaneidad y naturalidad.
Siendo Crevillent una población bilingüe, era lógico aprovechar esta doble posibilidad expresiva que, al mismo tiempo, encajaba perfectamente para el diálogo entre los embajadores castellano y sarraceno por una parte y por otra entre el sarraceno y el catalanano-aragonés. Para conferir cierto grado de ranciedad y solera, he procurado imitar algunos aspectos, palabras y giros del castellano medieval, aunque todos ellos son perfectamente asequibles al oyente moderno. En cuanto al valenciano, las mismas diferencias entre el habla actual crevillentina y las formas comunes de otras comarcas de la región confieren por sí mismas una pátina de antigüedad aparente, sin necesidad de recurrir a modismos de siglos anteriores. Mediante una revisión crítica realizada por Manuel Martínez Montoya, estas diferencias se han reducido al mínimo, y las conservadas son plenamente inteligibles para el oído crevillentino aunque no las utilice en el lenguaje coloquial. Por otra parte, hay divergencias entre la grafía ortodoxa de algunas palabras y su fonética vulgar valenciana, lo que ha inducido a una detallada selección de las más afines; y, en algunos casos, no hay inconveniente en que se pronuncien a la manera crevillentina aunque vayan escritas según los cánones lingüísticos.