El proceso histórico que tradicionalmente se conoce como Reconquista es, sin duda, uno de los temas más complejos de toda la historiografía hispánica, toda vez que dicho fenómeno abarca la práctica totalidad de la Edad Media en la Península Ibérica. Pero a la vez la Reconquista constituye también uno de los temas de estudio más apasionantes dado el entramado de actores, hechos históricos y elementos sociales, económicos y culturales que encierra. Insertada nuestra Festa de Moros y Cristianos en este periodo histórico de casi ocho siglos, y estando lejos mi intención de aportar nuevos enfoques a una época que, por lo demás, ha sido objeto de numerosísimos estudios, tuve claro desde un principio que esta ponencia no debía limitarse solamente a enumerar una serie de acontecimientos históricos más o menos encadenados que se explicarían en paralelo a un mapa evolutivo de la ampliación de los reinos cristianos a costa de al-Ándalus; antes bien, el presente trabajo debía servir como marco histórico e hilo conductor de una trama en la que lo verdaderamente importante era insertar en su correspondiente tiempo y lugar los protagonistas –las doce comparsas, los cargos festeros, nuestras embajadas– que dan vida a nuestra Festa; una Festa que, cumplido ya su primer medio siglo de vida pero aún “joven” en comparación con alguna otra manifestación festera de nuestro entorno, destaca desde sus primeros momentos por su autenticidad y fidelidad a la Historia. Y es precisamente esto, contar la Historia de la Reconquista claramente y con brevedad, pero al mismo tiempo recreando el papel que nuestras comparsas tuvieron en ella, lo que, en definitiva, constituyen los dos objetivos primordiales de las líneas que siguen.
1. SIGNIFICADO HISTÓRICO Y DEBATE HISTORIOGRÁFICO EN TORNO A LA RECONQUISTA
1.1. DEFINICIÓN DE “RECONQUISTA” Y ORIGEN DEL TÉRMINO
Por “Reconquista” entendemos el proceso histórico por el cual los reinos cristianos de la Península Ibérica conquistaron los territorios en poder de al-Ándalus a lo largo de un horizonte temporal que se dilató más de siete siglos: desde 722 (batalla de Covadonga) a 1492 (conquista del reino nazarí de Granada por los Reyes Católicos).
La idea de la “pérdida de España” y, consiguientemente, de la necesidad de “reconquistarla” surgió lentamente y adquirió una doble dimensión:
a) Por un lado, política: se trataba volver a conquistar el territorio perdido y organizarlo en base a una serie de reinos a semejanza del desaparecido reino godo.
b) Por otro, de legitimación/justificación ideológica y religiosa: la Reconquista se presentaba como un hecho histórico inevitable tendente a la restauración del cristianismo en la Península tras la usurpación musulmana; los reinos cristianos son los herederos del reino visigodo de Toledo, de ahí que se hable de “salvar a España” o de “recuperar España”.
La idea así descrita fue desde el principio una aspiración de los llamados mozárabes o cristianos que habitaron en territorio musulmán, y puede rastrearse su origen hasta el Beato de Liébana de finales del siglo VIII, pasando por el ciclo de Crónicas del rey astur Alfonso III (siglo IX) y desembocando en siglo XIII en la obra historiográfica del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, momento en que la idea de Reconquista aparece ya perfectamente estructurada.
1.2. EL DEBATE HISTORIOGRÁFICO EN TORNO A LA RECONQUISTA
Ya en la historiografía contemporánea se debaten dos posturas dentro de un debate de mayor envergadura que se dio en llamar el “Ser de España”:
a) La tradicional, abanderada por Claudio Sánchez Albornoz, que sostiene que la época islámica fue un paréntesis en la historia de España, una España plenamente cristiana y heredera de la tradición hispanorromana y visigoda, personificada en quienes se refugiaron en el norte.
b) Por otra parte está la interpretación defendida por Américo Castro, que integra la época musulmana dentro de la historia de España y considera la Reconquista como un período de expansión de las monarquías feudales cristianas, un fenómeno análogo al que estaba desarrollándose en ese periodo, como las cruzadas o la contención de los infieles al este y norte de Europa.
Aunque no se pueden negar las contribuciones a la historia medieval de Sánchez Albornoz, esta segunda interpretación cuenta con más partidarios, entre los que cabe citar al tándem Barbero-Vigil, quienes también niegan motivaciones de orden político y religioso en el proceso de “reconquista” y ponen el énfasis en la lucha de los pueblos cántabros por defender sus libertades:
«La región nunca dominada por los musulmanes y de donde surgiría la “Reconquista” fue la misma que defendió su independencia frente a los visigodos y seguía luchando por ella todavía contra el último rey godo don Rodrigo en el año 711. Por consiguiente, el fenómeno histórico llamado Reconquista no obedeció en sus orígenes a motivos puramente políticos y religiosos, puesto que como tal fenómeno existía ya mucho antes de la llegada de los musulmanes. Debió su dinamismo a ser la continuación de un movimiento de expansión de pueblos que iban alcanzando formas de desarrollo económico y social superiores.»
2. LOS REINOS PENINSULARES ENTRE LOS SIGLOS VIII Y X
2.1. LA FORMACIÓN DE AL-ÁNDALUS
En el año 711, en el transcurso de la célebre batalla del río Guadalete, fue derrotado y muerto Rodrigo, último rey visigodo, a manos de un pequeño ejército de árabes, orientales y bereberes. La falta de fuentes y referencias directas que caracterizan al siglo VIII, hasta el punto de ser considerado como el periodo más oscuro de la historia de España, mayormente conocido a través de textos escritos con bastante posterioridad, nos permite dar rienda suelta a la imaginación y caracterizar a esos guerreros que iniciaron la conquista de la Península Ibérica. Los ejércitos de Tariq (mayoritariamente guerreros bereberes, como los BERBERISCOS, MARROQUÍES o MOROS VIEJOS TUAREG) y Muza (fundamentalmente árabes como los BEDUINOS, profundos conocedores de las tácticas de combate) efectuaron rápidas incursiones y establecieron guarniciones en los puntos claves para asegurar el control del territorio.
La resistencia que encontraron fue, en general, muy escasa, y en muchos casos la aristocracia hispano-visigoda prefirió pactar con los invasores con el fin de salvar sus bienes. Tal fue el caso del noble Teodomiro, que controlaba la zona de Murcia, con quien Muza celebra un pacto en el año 713:
«Edicto de ‘Abd al-‘Aziz ibn Musa ibn Nusair a Tudmir ibn Abdush. Este último obtiene la paz y recibe la promesa, bajo la garantía de Dios y su profeta, de que su situación y la de su pueblo no se alterará; de que sus súbditos no serán muertos, ni hechos prisioneros, ni separados de sus esposas e hijos; de que no se les impedirá la práctica de su religión, y de que sus iglesias no serán quemadas ni desposeídas de los objetos de culto que hay en ellas; todo ello mientras satisfaga las obligaciones que le imponemos. Se le concede la paz con la entrega de las siguientes ciudades: Uryula [Orihuela], Baltana, Laqant [Alicante], Mula, Villena, Lurqa [Lorca] y Ello. Además, no debe dar asilo a nadie que huya de nosotros o sea nuestro enemigo; (...). Él y sus súbditos pagarán un tributo anual, cada persona, de un dinar en metálico, cuatro medidas de trigo, cebada, zumo de uva y vinagre, dos de miel y dos de aceite de oliva; para los siervos, sólo una medida. Dado en el mes de Rayab, año 94 de la Hégira [713].»
La debilidad de la estructura política visigoda y la tolerancia de los musulmanes hacia los cristianos facilitaron la conquista de modo que, en apenas cinco años, la mayor parte de la Península, a excepción de las montañas septentrionales, cayó en poder de los musulmanes, quienes denominaron a este territorio al-Ándalus.
Entre el año 714 y el 756 al-Ándalus fue un emirato dependiente de Damasco gobernado por un valí y sujeto a grandes tensiones.
En el año 750, como consecuencia de la revolución abbasí en Damasco, prácticamente toda la familia omeya fue exterminada, a excepción del príncipe Abd al-Rahman, que consiguió llegar hasta la península ibérica donde estableció un emirato independiente que representó una etapa de estabilidad durante más de siglo y medio (756-929).
Con la subida al poder de Abd al-Rahman III, y tras aplastar la rebelión mozárabe resistente a la islamización y obtener las primeras victorias contra los reinos cristianos, éste tomó el título de califa reafirmando así su superioridad política y militar en al-Ándalus así como su independencia religiosa frente al califato abbasí. Corría el año 929 y nacía el califato de Córdoba, la etapa de mayor esplendor andalusí, donde el poder de la gran familia OMEYA se reflejaba en el fastuoso palacio de Medina Zahara y en la gran Mezquita de Córdoba.
Pero a principios del siglo XI el califato fue descomponiéndose, dejando atrás la época de esplendor cultural de al-Hakem II (961-976) y la dictadura de Almanzor, hasta quedar dividido de facto en una multiplicidad de reinos de taifas (1031).
2.2. EL REINO ASTUR-LEONÉS
Tras la invasión musulmana en 711 el reino visigodo de Toledo se desmorona en pocos meses, quedando unos pequeños focos de resistencia en el norte, donde la población cristiana se resistirá a la invasión.
El primer núcleo de resistencia al Islam se formó en las estribaciones de los Picos de Europa, donde un grupo de huidos de las zonas invadidas (laicos y eclesiásticos) junto con guerreros montañeses ASTURES dirigidos por Pelayo, lograron derrotar a los musulmanes en Covadonga (722). Este hecho, que tuvo un valor simbólico y puede que, en realidad, no fuera más que una escaramuza, sirvió para cimentar el prestigio de Pelayo, quien fijó la capital del incipiente reino de Asturias en Cangas de Onís.
La primera expansión se lograría con Alfonso I (739-757) quien amplió el reino llevando sus fronteras desde Galicia hasta el País Vasco; al mismo tiempo, llevó a cabo un importante trasvase de población desde la Meseta hacia los valles cantábricos, lo que contribuyó a consolidar el reino.
Con Alfonso II (791-842), contemporáneo de Carlomagno, el reino de Asturias alcanza su plena definición. Con la ayuda de la jerarquía eclesiástica recuperó la herencia visigoda tanto en la administración civil, fijando la corte en Oviedo, como en la eclesiástica, mediante la creación de obispados y monasterios. La aparición del presunto sepulcro del apóstol Santiago en Compostela contribuyó al fortalecimiento ideológico del reino.
Durante el reinado de Ramiro I (842-850) los ASTURES tuvieron ocasión no solo de demostrar nuevamente sus dotes guerreras al vencer a los musulmanes en la legendaria batalla de Clavijo (844), con la intervención milagrosa del apóstol Santiago, sino también de dejar entrever su gusto refinado, dejando para la posteridad bellísimas iglesias-palacio como la de Santa María del Naranco.
Alfonso III (866-910) controla el valle del Duero aprovechando el importante crecimiento demográfico y la crisis del califato de Córdoba. En sus Crónicas (Albeldense, profética y de Alfonso III) vincula definitivamente el reino de Asturias al visigótico de Toledo. Su hijo, Ordoño II, trasladará la capital del reino a León (914), pasando a denominarse reino astur-leonés o, simplemente, reino de León.
A mediados del siglo X el reino de León entra en una profunda crisis debido, por una parte, al empuje de Abd al-Rahman III y, por otra, a los conflictos civiles que dejaron a los reyes convertidos en simples figuras decorativas a merced de los nobles en ascenso.
2.3. EL CONDADO DE CASTILLA
El condado de Castilla surge en el extremo oriental del reino de León, territorio fronterizo con al-Ándalus. Debido a la peligrosidad que le confería su condición de frontera, dicho territorio fue dotado de numerosas fortificaciones y castillos y repoblado durante los siglos IX y X con cántabros y vascos occidentales escasamente romanizados y de costumbres ancestrales. A mediados del siglo IX, el conde castellano Fernán González de Lara (929-970) logró concentrar el poder sobre los condados de Burgos y hacer hereditario el condado de Castilla, de forma que sus sucesores pudieron gobernar el condado con casi total independencia de León.
2.4. LOS NÚCLEOS PIRENAICOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN
Los primeros núcleos de resistencia establecidos en los valles pirenaicos vivían una problemática común basada en tres condicionantes: en primer lugar, la lucha por mantener su independencia frente al Imperio Carolingio, que deseaba extender su zona de influencia hasta el valle del Ebro; en segundo lugar, la persistente fuerza de los musulmanes de al-Ándalus que se habían establecido sólidamente en el valle del Ebro; y, por último, su propia debilidad derivada en gran parte de la escasa densidad demográfica.
En el área Navarra había dos grupos dominantes: los vascones (dirigidos por la familia Arista) eran partidarios de respetar los pactos con los musulmanes de los Banu Qasi, y juntos consiguieron en 778 frenar en Roncesvalles al ejército de Carlomagno. Por su parte, los gascones (dirigidos por los Velasco) preferían mantener la amistad y protección de los carolingios. Los enfrentamientos entre ambas facciones perduraron hasta las primeras décadas del siglo IX, cuando hacia 830 se expulsó a los gobernadores francos y se creó el reino de Pamplona bajo el dominio de la familia Arista que, en la segunda mitad de este siglo, había asegurado su poder.
El origen del condado de Aragón es un minúsculo enclave pirenaico con centro en Jaca vinculado a los descendientes de Aznar Galindo, quienes procuraron su repoblación e independencia, sobre todo de Pamplona. Esto último, sin embargo, no lo lograrían, pues en el 922 el condado fue incorporado a Navarra, aunque manteniendo la unidad política y administrativa.
2.5. LOS CONDADOS CATALANES
El dominio carolingio en las tierras catalanas fue más duradero, realizando allí incursiones militares que llegaron a ocupar Gerona (785) y Barcelona (801). De esta forma, los condados catalanes, surgidos en las campañas de 758-801, fueron incorporados a la denominada Marca Hispánica, una franja de condados fuertemente fortificada al sur de los Pirineos, entre los que destacaba el condado de Barcelona.
Coincidiendo con la crisis de la monarquía carolingia, el conde de Barcelona Wifredo el Velloso (878-897) consiguió finalmente el establecimiento de una dinastía condal propia y controló la práctica totalidad de los restantes condados catalanes.
A finales del siglo X, coincidiendo con el ascenso de una nueva dinastía en Francia (Hugo Capeto), los vínculos políticos entre los condados catalanes y la corona francesa se relajaron por completo: en 987, el conde Borrell II consiguió la independencia de facto al negarse a renovar el juramento de fidelidad al rey franco. Con Ramón Borrel I la soberanía política sería un hecho. Simultáneamente, los catalanes se extendieron hacia el sur por las riberas de los ríos Llobregat, Cardoner y Segre.
2.6. RECONQUISTA Y REPOBLACIÓN
El concepto de repoblación es complementario del de reconquista, hasta el punto de que ha podido ser definido como una forma de «reconquista lenta». En muchos casos fue simplemente una pura y simple ocupación de tierras abandonadas. Tal fue el caso de las tierras del valle del Duero que, según Sánchez-Albornoz, estaba completamente abandonado y en ruinas cuando se inicia la repoblación.
Las actividades repobladoras en sentido estricto se inician en todas partes en torno al año 800. La fecha no es casual: Asturias estaba iniciando su recuperación con Alfonso II y, en el otro extremo del norte peninsular Carlomagno estaba completando la formación de la Marca Hispánica.
Hubo, sin duda, operaciones repobladoras programadas y desarrolladas por el poder, que afectaron por lo general a «ciudades» o núcleos de especial significación histórico-política o estratégica: Tuy y Orense, repobladas por el futuro Alfonso III; Astorga, restaurada en 853 por el conde Gatón; Oporto, vuelta a poblar en 869 por el conde Vimara Pérez en nombre de Alfonso III. Pero en la mayoría de los casos la repoblación consistía en la libre ocupación de las tierras yermas y abandonadas, realizada por campesinos libres y pequeños propietarios, origen de la pequeña propiedad territorial (alodios). Tal sistema de repoblación recibe distintos nombres según el lugar donde se practicó: en los reinos y condados del occidente de la Península Ibérica se denominó presura, mientras que en los reinos orientales recibió el nombre de aprisio.
3. LA RECONQUISTA EN LOS SIGLOS XI Y XII
En la etapa anterior, los núcleos cristianos de resistencia no habían conseguido una ampliación sensible de su territorio en sus enfrentamientos con los musulmanes. La ocupación del valle del Duero no exigió, en realidad, un gran esfuerzo militar. En general, a excepción, en todo caso, de la expansión Navarra por el valle del Ebro y por la Rioja, la actividad militar consistió en la defensa del espacio dominado.
Pero a partir del siglo XI cambia el sentido de los hechos y se puede hablar ya de Reconquista, entendiendo por ella la ocupación violenta de las tierras conquistadas por el Islam y como un proceso de colonización, que respondió a factores de todo tipo: demográficos, económicos, ideológicos, políticos y militares. Siguiendo a García de Cortázar, el proceso se desarrolló en las siguientes etapas:
3.1. 1ª ETAPA (1010-1040)
Los cristianos, aprovechando la desintegración del califato de Córdoba en los primeros reinos de taifas, afianzan sus posiciones.
Es la etapa de gran expansión de Navarra, llevada a cabo por Sancho III el Mayor (992-1035), con quien se convierte en el más activo de los centros cristianos, hasta el punto de pretender englobar a todos los demás para lograr una gran unidad política. Sancho III ocupó Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, el País Vasco y Castilla (en este caso aprovecharía el asesinato del conde García Sánchez). Sin embargo, su labor sería efímera, pues, a su muerte, el reino y las tierras incorporadas se repartieron entre sus hijos. García recibió Navarra, que quedó bloqueada; Ramiro heredó Aragón, que con ello nace como reino (1037); Fernando, Castilla que también se constituye en reino; y Gonzalo, los condados de Sobrarbe y Ribagorza.
3.2. 2ª ETAPA (1040-1150)
En esta etapa los cristianos luchan sucesivamente contra los denominados primeros reinos de taifas, logrando en 1085 la ocupación de Toledo, y contra los almorávides, a quienes expulsan de los valles del Ebro y Tajo.
Fernando I de Castilla (h. 1010-1065) dio un gran impulso a la obra reconquistadora. Para ello, obligó a los musulmanes de las taifas al pago de parias o tributos anuales que reconocían la supremacía cristiana y evitaban las incursiones. El sistema de parias facilitó el saneamiento de las arcas de la Corona y activó la circulación monetaria en todo el territorio. Durante el reinado de Fernando I, Castilla logró ampliar su territorio a costa de Navarra y de León, reino éste que sería anexionado (1037). De esta forma la Meseta norte quedó unificada bajo la corona de Castilla. Asimismo, efectuó una reconquista cultural al introducir la orden de Cluny.
En esta etapa destaca la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador (c. 1048-1099), un caballero castellano que llegó a dominar, al frente de su propia mesnada, los CABALLEROS DEL CID, el Levante de la península ibérica a finales del siglo XI de forma autónoma.
En aquellos años, durante el largo asedio a la ciudad de Huesca (1094-1096), el monarca aragonés Sancho Ramírez murió de un flechazo ante las murallas de la ciudad. Su hijo, Pedro I de Aragón, logró tomarla finalmente en 1096 tras vencer a Al-Musta’in II, rey de la taifa de Zaragoza, en la batalla del Alcoraz. Cuenta la leyenda que la victoria y la toma de la ciudad de Huesca fue posible gracias a la aparición de San Jorge, cuya veneración se popularizó desde entonces en la Corte de Aragón, convirtiéndose así el Santo en el patrón de caballeros, soldados y órdenes militares, entre los que, cómo no, destacan los DRAGONES DE SAN JORGE.
En Aragón, destacará Alfonso I el Batallador (1104) quien definió las líneas generales de la proyección histórica del reino. Éste, con el auxilio de la nobleza pirenaica francesa y de las Ordenes Militares, logró conquistar Zaragoza (1118) y los valles de los ríos Jalón y Jiloca. Muerto Alfonso I sin descendencia, se ofreció el trono a su hermano Ramiro, que se hallaba recluido en un monasterio. El matrimonio de la hija de éste, Petronila, con Ramón Berenguer IV conde de Barcelona, produjo la unión definitiva de ambos territorios (1137). El hijo de ambos, Alfonso II, fue el primer rey de Aragón que a su vez fue conde de Barcelona, títulos que heredarán a partir de entonces todos los reyes de la Corona de Aragón. Unidos, catalanes y aragoneses hicieron saltar los últimos baluartes islámicos en Cataluña con las conquistas de Tortosa y Lérida, y permitieron la repoblación de Tarragona. Los MASEROS, o labradores del mas catalano-aragoneses, fueron, seguramente, quienes repoblaron estos territorios.
3.3. 3ª ETAPA (1150-1220)
Tras superar a las segundas taifas, los reinos cristianos continúan su expansión a costa del imperio almohade. La mayoría de edad de Alfonso VIII señala para Castilla una nueva etapa de esplendor: repoblación de las costas del norte, colonización de la Meseta sur a cargo de las órdenes militares y firma del tratado de Cazola (1179), que ratificaba el de Tudillén (1151). En dichos tratados, se repartían los territorios que cada reino habría de incorporarse en el futuro: levante para Aragón y todo lo demás para Castilla.
Pero la derrota de Alarcos (1195) hizo recordar a los castellanos que el peligro almohade no había desaparecido. Sin embargo, la hábil política exterior de Alfonso VIII logró que el papa Inocencio III autorizase una cruzada en la que participó una coalición de castellanos, navarros, aragoneses y guerreros ultramontanos, un ejército de casi 70.000 hombres que vencieron a los almohades en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212). La victoria cristiana tuvo una enorme importancia, puesto que no sólo quedaba abierto el paso para los cristianos hacia el valle del Guadalquivir sino que marcaría el fin de la hegemonía musulmana en al-Ándalus, donde solamente quedarían una serie de reinos vasallos, las llamadas terceras taifas, entre las que destacan Valencia, Murcia, Niebla y Granada.
4. LA RECONQUISTA EN EL SIGLO XIII
4.1. LA RECONQUISTA Y LA REPOBLACIÓN CATALANO-ARAGONESAS EN EL SIGLO XIII
Como en muchos otros reinos feudales medievales, el siglo XIII fue para la Corona de Aragón el siglo de la plenitud del sistema feudal y, por tanto, el periodo de máxima expansión territorial dada la imperiosa necesidad de colonizar nuevas tierras para mantener intacta la productividad de un sistema agrario extensivo como el feudal. Dicho periodo de expansión territorial constituyó una auténtica conquista planificada, realizada no sólo a expensas del Islam sino también a costa de otros reinos vecinos, y trascendió los límites de la centuria y abarcando hasta el primer cuarto del siglo XIV. La conquista se desarrolló durante el reinado de los monarcas Jaime I (1213-1276), Pedro III (1276-1285), Alfonso III (1285-1291) y Jaime II (1291-1327).
De acuerdo con el historiador Joseph Mª Salrach, cinco serían las grandes etapas o “eslabones” de la gran expansión catalano-aragonesa: Mallorca (1229-1232), Valencia (1233-1245), Sicilia (1282), Reino de Murcia (1296-1304) y Cerdeña (1323).
La primera etapa de la expansión catalana-aragonesa correspondió a la campaña de conquista y reparto de las tierras del reino musulmán de Mallorca, realizada entre 1229 y 1232 por magnates laicos y eclesiásticos y dirigentes de las ciudades, todos ellos catalanes. Esta campaña concluyó con la expulsión de una gran mayoría de los musulmanes mallorquines y el reparto de las tierras entre el rey y los magnates que le habían ayudado en la conquista.
En la segunda etapa, Jaime I emprendió la conquista del reino de Valencia en tres fases: la zona norte (Castellón, Burriana, Peñíscola), controlada por el príncipe almohade Abu Zayd; la zona en torno a Valencia, en poder del caudillo andalusí Zayyan, donde tras un largo asedio a la ciudad de Valencia, el rey don Jaime hizo su entrada solemne en la ciudad (9-X-1238), y, por último, el sector más meridional de Xàtiva, Alzira y Denia, que dependía desde 1228 del gran caudillo murciano Ibn Hud.
Con la finalidad de evitar el enfrentamiento entre los dos reinos cristianos y consagrar todos los esfuerzos en la conquista de al-Ándalus, las Coronas de Aragón y Castilla firmaron sobre el mismo terreno de conquista el tratado de Almizra (1244), según el cual quedaron definitivamente fijados los límites de expansión territorial en la línea Biar-Castalla-Xixona-Busot, asegurándose así Castilla la salida natural al Mediterráneo.
La repoblación del reino valenciano fue lenta y compleja. De entrada, hay que decir que la población cristiana se estableció sólo en determinadas localidades, Valencia entre ellas, de donde se había expulsado a la población musulmana. Sin embargo, y a diferencia de Mallorca, en el reino de Valencia predominó el sistema de las capitulaciones o «tratados de rendición», mediante las cuales se permitió a los musulmanes permanecer en muchos lugares garantizándose no sólo su presencia, sino su libertad personal y de culto, la propiedad de sus bienes y el mantenimiento de un régimen fiscal en todo semejante al que tenían antes de la conquista. De esta manera, Abu Zayd pasó a ser vasallo del rey aragonés e incluso llegó a convertirse al cristianismo adoptando el nombre de Vicente Bellvís. Asimismo, el control de los castillos y fortalezas pasó a manos de los cristianos, momento a en el cual el rey concedió abundantes cartas pueblas (sirva como ejemplo la de Peñíscola) y ordenó personalmente algunos repartimientos.
Esta segunda fase de expansión catalano-aragonesa estuvo condicionada por las tensas relaciones existentes desde tiempo atrás entre la monarquía y el estamento nobiliario aragonés. Los estamentos aragoneses estaban descontentos tanto por la forma de conquista y organización del reino de Valencia como por la política de expansión mediterránea, que interesaba más a Cataluña pero comprometía la seguridad de los distintos reinos de la Corona de Aragón. Ante esta situación de marginación, los magnates aragoneses reclamaron mayor poder de decisión junto al rey para salvaguardar sus derechos y libertades y, cuando Jaime I recibió la petición de ayuda de su yerno el rey Alfonso X de Castilla para sofocar la rebelión de los mudéjares del reino de Murcia, por entonces controlado por Castilla, que se había iniciado en 1264, el monarca congregó entonces en Cortes a los ricoshombres de Aragón y les solicitó financiación para una campaña en la que iban a participar nobles catalanes. Ante la negativa de los magnates aragoneses reunidos en Zaragoza en presencia del rey, éste montó en cólera y exclamó:
«Car crehem per cert que null hom nous poria en mal notar açò, car nós ho fem: la primera cosa, per Déu; la segona, per salvar Espanya; (...). E fe que devem a Déu, pus aquells de Catalunya, qui és lo mellor regne d’Espanya, el pus honrrat e el pus noble (...), e pues aquells de la pus honrada terra d’Espanya nos volgueren dar a nos del lur e guardar vosaltres (...)»
«Este fin [el auxilio al rey de Castilla], no creemos que nadie pueda reprobárnoslo; pues si acometemos esta empresa de que se trata es primeramente para el mayor servicio de Dios, luego para que se salve España (...). Por la fe que a Dios debo, no podía esperar que vosotros, que tenéis feudos por mí (...), rehusaseis cumplir con la obligación que tenéis de ayudarme, pues con ella cumple los de la más honrada tierra de España, como es Cataluña (...)»
Finalmente, el rey don Jaime propuso a los magnates aragoneses una solución de compromiso: que aceptasen pública y fehacientemente la participación en la campaña pero sin aportar financiación, con el objetivo de servir de ejemplo para que otros nobles, clérigos y caballeros contribuyesen en la campaña. De esta manera, la revuelta mudéjar contra la Corona de Castilla fue sofocada entre 1265 y 1266 gracias a la intervención de tropas aragonesas mandadas por el infante Pedro (el futuro Pedro III el Grande) y el propio Jaime I. Siguiendo lo estipulado en el tratado de Almizra, el reino de Murcia, ya pacificado, fue devuelto a Castilla, tras lo cual dicho reino se repobló con un contingente de más de 10.000 aragoneses. Así pues, desde Jaime I el descontento de los estamentos se expresó a través de las Cortes, que desde Pedro III se reunieron por separado en Aragón, Valencia y Cataluña, dando lugar al pactismo o gobierno conjunto de las Cortes con el rey.
Es también en el marco de esta revuelta mudéjar cuando, después de ocupar Elche, en 1265, Jaime I recibió en Orihuela la visita del hijo del ra’is de Crevillent, preso en poder de los castellanos, hecho que, como es sabido, constituye el fundamento de las Embajadas de nuestra Festa de Moros y Cristianos.
La tercera fase de la expansión tuvo como objetivo Sicilia, donde Pedro III y su esposa Constanza, hija y heredera de Manfredo I de Sicilia, recibieron la corona tras la rebelión de las Vísperas Sicilianas (1282) que expulsó de la isla a los Anjou. Para consolidar el dominio de la Corona de Aragón en Sicilia, el hijo y sucesor de Pedro III, Federico II de Aragón, contó con la colaboración de los ALMOGÁVARES capitaneados por el almirante Roger de Flor. Los almogávares eran compañías de mercenarios catalanes y aragoneses al servicio de los reyes de Aragón que luchaban a cambio del botín en la frontera musulmana y que, en esa época, se hallaban ociosos tras la Reconquista del reino de Valencia.
La cuarta fase corresponde a la incorporación a la Corona de Aragón de la parte septentrional del reino de Murcia, empresa a la cual se lanzaría Jaime II en 1296 al provocar una guerra con Castilla llegando incluso a pactar con el reino de Granada. Aprovechando la minoría de edad de Fernando IV, Jaime II intentó desestabilizar la Corona castellana al negar legitimidad a los hijos de don Sancho y de María de Molina y reconocer como soberano al nieto de Alfonso el Sabio, don Alfonso de la Cerda. Así, Jaime II entró por el reino de Murcia, siendo Alicante la primera ciudad en caer en el mes de abril, a la que seguirían en el mes siguiente Elche, Orihuela, Guardamar del Segura y Murcia. Sin embargo, Crevillent, que venía siendo «un señorío musulmán en el reino castellano de Murcia, autónomo e independiente, bajo el protectorado de Castilla» , se pronunció a favor de la nueva soberanía a través de una carta elocuente del ra’is Abenhudell a Jaime II para hacerle saber que se había sumado por entero a su causa. Esta carta no es otra que el acta de sumisión del ra’is de Crevillent al rey Jaime II fechada en el castillo de Monteagudo el 17 de mayo de 1296, y cuyo contenido puede leerse en la placa conmemorativa situada en la parte trasera de la base de la estatua ecuestre del rey, ubicada en la plaza de la Comunitat Valenciana:
«Sapien tots que jo, Mahomat Abenhudell, ra’is de Crevillent, reconeixent de ciència certa com verdader i natural senyor meu a vós l’esmentat senyor rei Jaume, i desitjant obeir en tot les vostres paraules i mandats, i en senyal i reconeixement del vostre esmentat domini, promet posar el vostre estendard reial en la fortalesa i en el castell de Crevillent»
Por la Sentencia Arbitral de Torrellas (1304) y el Tratado de Elche (1305) se firmaría la paz con Castilla, devolviéndole la mayor parte del Reino de Murcia a excepción de los territorios al norte del río Segura, quedando las comarcas de Alicante, Orihuela y Elche en posesión del Reino de Valencia.
4.2. LA RECONQUISTA Y LA REPOBLACIÓN CASTELLANO-LEONESAS EN EL SIGLO XIII
El gran artífice del avance castellano fue Fernando III el Santo, nacido del matrimonio entre la reina castellana doña Berenguela y el monarca leonés Alfonso IX, a cuya muerte León se incorporó a Castilla (1230). Fernando III conquistó las principales ciudades del valle del Guadalquivir: Córdoba (1236), Jaén (1246) y Sevilla (1248). Además, inició la campaña de Murcia, que culminó con la conquista de la ciudad en 1243. Esta región planteó problemas de límites con Aragón, pero se subsanaron mediante la firma del tratado de Almizra (1244). A la muerte de Fernando III (1252), Castilla controlaba todo el sur peninsular, bien por conquista, bien por medio de pactos vasalláticos con los reyes de Granada y Niebla, o bien por medio de la implantación de un régimen de protectorado, como en los casos de Jerez y el territorio del Guadalete.
Con Alfonso X el Sabio se produjeron nuevos avances territoriales, en particular la ocupación del reino de Murcia y la zona del Guadalete tras la revuelta de los mudéjares en 1264. La muerte de su primogénito, don Fernando de la Cerda (1275), dio origen a un pleito sucesorio que desembocó en una guerra civil (1282-1284). La resolución de este conflicto a comienzos del siglo XIV (Paz de Torrellas, 1304) se logró a costa de ceder a Aragón, cuyo rey Jaime II había apoyado los derechos de don Alfonso de la Cerda, una parte importante del reino de Murcia (Alicante, Elche y Orihuela).
A fines de siglo, Sancho IV conquistaría Tarifa (1292), dando principio así a un largo conflicto militar contra benimerines y granadinos por el control del estrecho de Gibraltar, que finalizaría en tiempos de Alfonso XI con la conquista de Algeciras (1344). Los BENIMERINES o Banu Marin era la dinastía gobernante en el norte de África y, tras la caída de los almohades, controlaron las tierras de Gibraltar, Algeciras y Ronda durante los siglos XIII y XIV. Los benimerines fueron derrotados en la batalla del Salado (1340) por una coalición castellano-portuguesa y pueden considerarse la última dinastía norteafricana que trató de invadir la Península Ibérica.
5. EL FINAL DE LA RECONQUISTA
Como es sabido, el reino nazarí de Granada fue el último reducto musulmán en la Península Ibérica. Su supervivencia en el tiempo, resistiendo en al-Ándalus tras sucesivas taifas y reunificaciones, respondió a múltiples razones, en concreto a su condición de vasallo del rey castellano, su conveniencia para éste como refugio de población musulmana, el carácter montañoso del reino, el apoyo norteafricano, la crisis castellana bajomedieval y la indiferencia aragonesa, ocupada como estaba en su expansión mediterránea. Con la toma de Granada en 1492 por los Reyes Católicos se dan por concluidos el proceso de Reconquista y la Edad Media en la Península Ibérica, naciendo así el nuevo Estado moderno que se fundamenta en la unificación territorial y el reforzamiento de la soberanía de la Corona.
Fernando Cerdá Candela
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